Saben lo que deseas, lo que buscas. Conocen tu cuenta bancaria, lo que pagas, lo que debes, tus conversaciones. Te siguen, te examinan. La esperada novela de Belén Gopegui

Belén Gopegui regresa con una nueva novela protagonizada por cuatro personajes interpretando un baile singular en el centro de la cultura del control y la vigilancia

Saben lo que deseas, lo que buscas; aquello que te gusta, y lo que no. Conocen tu cuenta bancaria, lo que pagas, lo que debes, adónde te desplazas, con quién hablas, en qué ocupas tu tiempo cuando no
trabajas. Te siguen, te examinan. Cada día, a todas horas. Tu privacidad ha sido abolida.
Algunas corporaciones dedicadas a la vigilancia y al control de datos creen que ya se ha conseguido: lo saben todo, o casi, de cada individuo. Pero en la empresa en la que trabaja León piensan que hay personas, o porciones de su intimidad, que aún se les escapan. Personas recalcitrantes, las llaman, y en ellas está enfocado el proyecto de León, que en lugar de limitarse a procesar cantidades ingentes de
datos, decide centrarse en dos sujetos únicos: Casilda y Jonás, clienta y tendero, ambos en la treintena. No se conocen entre sí, pero están empezando a interactuar bajo la mirada de León, que todo lo observa. Él dejó su trabajo en una ingeniería y ha escogido el recogimiento; ella es funcionaria, y desde hace unos meses se detiene a ver los pájaros que se posan en las ramas de los árboles, como si hubiera conseguido apoderarse de un tiempo de libertad que, siendo suyo, podría volverse en contra de las
empresas.

En un mundo que se divide entre lovers y haters, Casilda es, según León, una lover de manual, pero no de los mensajes que lanzan las corporaciones, sino del activismo ecologista y social; Jonás, en cambio, pertenece a un sector desatendido, aunque clave en época de crisis: los ambivalentes. A su manera, cada uno de ellos representa esos territorios irredentos de la vida íntima y social que todavía no han sido conquistados por la cultura de la vigilancia.
Mientras la organización de la que forma parte Casilda planea diversas acciones, y ella y Jonás, sin sospechar que están siendo espiados, empiezan una historia de amor, León es vigilado por la competencia. Minerva, un alto cargo de una empresa tecnológica mayor que la suya, es una espía dispuesta a usurparle la investigación y estudiar a fondo a Casilda. Ambos, a su vez, son observados por el grupo de estudio de una corporación aún más grande, capaz de mover muchos hilos en un escenario
en el que no se entiende por completo lo que pasa, pero algunos tienen un poder y un control sobre los otros que no están dispuestos a perder. En este juego de espías y de espiados donde nada ni nadie está a salvo de la vigilancia, cuatro personajes interpretan un baile singular entre la tenacidad y el desencanto, entre la libertad y el engaño, entre las palabras vacías y la acción, entre bajar la cabeza y
optar por la vía de la insumisión

Desde la aparición de La escala de los mapas, primera novela a la que le siguieron una veintena de títulos más, entre ficciones, ensayos y libros infantiles, cada obra de Belén Gopegui ha ido capturando otra dimensión de ese complejo entramado de circunstancias que es el presente, cuestionando los relatos hegemónicos y postulando, al mismo tiempo, otros imaginarios posibles. De la desigualdad a la deshumanización tecnológica, pasando por la acción social, la vulnerabilidad o la cultura de la productividad, son muchos los aspectos abordados por Gopegui desde una literatura que se concibe, más que como un mero reflejo de la realidad, como una herramienta para intervenir en el debate político a través de una reflexión acerca de los mecanismos que articulan el presente, pero también, de un sutil
llamamiento a la acción. Literatura y política son indisociables para una autora que, siguiendo con su
lúcida interpelación de lo humano inmerso en los tiempos que corren, ahora pone a la cultura de la vigilancia y el control en el centro de su nueva novela.
Son cuatro los personajes que protagonizan Te siguen, y cuatro las voces que cuentan, a través de
un caleidoscopio de puntos de vista al que se añaden algunas voces más, una historia ambientada en un mundo casi desprovisto de marcas referenciales: un Madrid donde lo más reconocible es la omnipresencia y el poderío de las corporaciones tecnológicas, el crecimiento vertiginoso de la IA, la aportación voluntaria de datos en favor del mercado y la producción de una subjetividad seriada, y la pérdida de privacidad y libertad que eso conlleva.
No son pocos los rasgos del presente que asoman en una novela con matices de thriller tecnológico,
que incorpora recursos de la narrativa de espionaje para captar y pensar las dinámicas de nuestro
tiempo. Un tiempo descrito, en una suerte de exordio enunciado desde un futuro impreciso, como un siglo acelerado en el que «los más optimistas decían que era un momento de cambio y atisbaban formas nuevas del porvenir. Los más pesimistas decían que era un momento de cambio y atisbaban formas nuevas del porvenir. Los más insignificantes caminaban a tientas entre la vigilancia y la luz».
Utopía para unos, distopía para otros, la cultura de la vigilancia se afianza y, como le dice León a Minerva, ya no hay quien no sepa que puede estar siendo observado, escuchado, leído: la pregunta no
es quién ni cómo, ni siquiera por qué; el interrogante se desplaza hacia cuál es el alcance de ese control o, en otras palabras, si existen reductos de la intimidad y la experiencia que, inaccesibles, no vayan a convertirse en datos. Son estos reductos, y las personas que, como Casilda y Jonás, se aferran a ellos, el foco de atención del proyecto liderado por León, que acaba siendo absorbido por la competencia en un juego de espías espiados en el que queda en claro que lo que está en disputa, como siempre, es el poder. «¿El poder es control? ¿El poder es influencia efectiva sobre la acción ajena?
Lo es. Aunque siempre algo se nos vaya de las manos», afirman en el grupo de estudios de una gran
corporación, conscientes de que el control nunca es total ni mucho menos definitivo, pero cuantos
más resortes de resistencia consigan desactivar, o tener bajo la mira, más seguros de su poder podrán estar. En un escenario donde «la vigilancia es una herramienta para la predicción, y la predicción
es una herramienta para la manipulación», una figura como Casilda encarna un riesgo que no debe
menospreciarse. No tanto por escribir a mano o usar un “teléfono tonto” para no ser espiada, sino porque ha pasado al contraataque apropiándose de «un tiempo de libertad, leve pero inalienable»:
aquel que se necesita para permitirse mirar un álamo o el vuelo de los pájaros, y para combatir la
fuga de significado producto de la escisión entre el lenguaje y la experiencia. A las palabras vacías, que
enojan a Casilda y tanto agradan a las tecnológicas, se opone la materia, ligada a una forma, ligada al sentido. Y ligada, en consecuencia, al criterio y a la responsabilidad, entendida no como un sentimiento, sino como un acto: hacerse cargo de las consecuencias.
De acciones habla una joven activista que, ante las crisis por venir en tiempos de cambio climático, explotación y escasez de recursos, sabe que no hay que dejar de pensar en la posibilidad de una
reorganización del mundo. La desigualdad está en el núcleo de toda lucha, y es un motivo que recorre una novela en la que a la insumisión se llega, en el caso de Casilda, por padecer la culpa ajena y un daño que ella transmuta en acción social; pero también, se viene por la vía del arrepentimiento, ese curioso motor que señala que se puede actuar de otra manera, y que lleva a un ambivalente como Jonás a moverse en la dirección contraria a la inercia colectiva y personal. Lo grave, dice Minerva, «no es si pudimos haber hecho otra cosa, sino si podremos hacerla», y en esa proyección hacia adelante está la chispa que enciende luchas, y a su vez, abre resquicios por los que se cuela el desencanto de una mujer que, tras haber abrazado el mandato de la productividad y la competitividad, y ver cómo su vida profesional y afectiva tambalean, se pregunta si, frente al afán de ser útil, no bastaría simplemente con vivir. Minerva se asoma a vidas ajenas, y buscando descifrar los mecanismos que mueven a Casilda, a Jonás, y también a León, termina cuestionándose a sí misma, a la par que vislumbra e inmenso alcance de la cultura de la vigilancia que ella alimenta. En cuanto a León, observa y analiza la vida de los otros, pero, según confiesa, no conoce su propia existencia. Si a través de Casilda cobra protagonismo la construcción de comunidad, y su capacidad para desestabilizar un orden dado, León encarna la soledad, la pérdida de consciencia de sí y, en definitiva, un individualismo tenaz que, desde la perspectiva de los grupos de poder, se revela como la fórmula más efectiva para desactivar todo intento de reacción y de protesta por parte de esos núcleos organizados que han encontrado en lo colectivo su mejor arma. Algunos ensayan nuevas formas de rebelión, y en el grupo de estudios acarician la idea de una monitorización totalitaria que, sin embargo, queda descartada temporalmente porque «de momento no nos conviene perder la seña de identidad que nos diferencia de nuestro relato sobre China»;
y mientras tanto, lo que suena de fondo es el ruido de una época: el zumbido incesante de la refrigeración de los centros de datos. Porque, como se dice en la novela, la nube es «humo, minerales, el ruido de la refrigeración y de las fuentes de alimentación, la goma de los cables en el fondo del océano, la respiración de las personas que en distintos lugares del mundo trabajan exánimes»; o en otros términos, materia, y no la amable y vacua metáfora de las partículas de agua en suspensión en la atmósfera. Retrato agudo de la sociedad en tiempos de capitalismo de la vigilancia, Te siguen va dejando al descubierto, a través de una trama de espionaje, no solo los intereses y las motivaciones de los diversos personajes y voces, sino también todas las contradicciones, incertidumbres y errores que los atraviesan. Belén Gopegui compone así una obra exigente que se desliza entre el thriller y la novela de pensamiento, plantea preguntas, tantea respuestas y se abre al lirismo, a una lengua e imágenes que enlazan entre sí produciendo destellos de sentido. Lo que está en el centro de su novela, sin embargo, es algo más: es la idea de que la literatura puede ser un lugar para avivar el debate, para pensar el mundo y proponer alternativas; y desde allí, tomar impulso para continuar adelante, afirmándose en lo colectivo, en aquellos lazos que guardan la promesa de que vivir sea solo, como quisiera Casilda, «dejarse existir en compañía entre el cielo y la tierra»

LOS PERSONAJES

CASILDA

Casilda tiene treinta y siete años, comparte piso con una amiga y es funcionaria en la dirección general de Protección Civil y Emergencias. Las razones para hacer las oposiciones fueron muchas, pero su motivación podría resumirse en ver el rostro de felicidad de sus padres el día en que supieron que su hija tenía un empleo y no podría ser despedida. La historia de su padre, un operario que pasó por despedidos y estuvo sobreexpuesto a materiales y sustancias nocivas para la salud, y la de su madre,
que sufrió un brutal accidente laboral en una industria láctea, sobrevuelan la vida de esta mujer que ha
perdido un embarazo avanzado a causa, quizá, de su asma y el medicamento administrado. Son muchos los factores, y muchas las formas de injusticia, a los que se ha visto expuesta a lo largo de su vida, como su padre al polvo de sílice. La venganza, sin embargo, para ella no es la mejor respuesta a un daño y una culpa ajena que transforma en acción social e insumisión. Desde participar en acciones hasta reclutar personas, tiene un papel importante en la organización de la que forma parte, pero su tiempo, aquella porción que le pertenece, se va también en contemplar a los gorriones y las urracas, los árboles y el cielo, y redescubrir al lado de Jonás que los lazos pueden ser un modo de atenuar la violencia del mundo. «Entras en la organización. No dices que has entrado por eso porque no es verdad. No sabes por qué has entrado. Porque coincidiste con alguien en casa de unos amigos. Porque leíste algo. Porque te cayó bien la primera persona con quien hablaste.
¿Importa?
Siempre llevo una frase conmigo. Me parecía un disparate el título de aquel documental: “El triunfo de la voluntad”. Mi frase dice: “La ausencia de la voluntad”. De cualquier voluntad: la de ganar, la de poder, la de ser. Estoy aquí para vivir. Como me toque y también como les toque a las personas que son un poco yo, igual que yo soy un poco ellas. Entonces, si no creo en la voluntad, ¿a qué viene participar en este proyecto, este asedio en varias fases? Lo bueno de no aceptar la idea de la voluntad es que no acepto tampoco la voluntad de quienes pretenden que no hagamos nada y permitamosque todo se estropee. Ni acepto mi voluntad de someterme»

JONÁS

A los treinta y seis años, Jonás ha dejado su puesto en una gran empresa de ingeniería para pasar a trabajar como tendero en un pequeño comercio de la ciudad. No tiene pareja ni mascota, cuenta con algún amigo, lleva una vida tranquila: es una persona corriente que no forma parte de las redes de activismo pero tampoco ha comprado el mensaje de las corporaciones. Es su ambivalencia, junto con su descenso laboral voluntario, lo que más llama la atención de Léon, que centra su estudio principalmente en él, intentando conocer, a través de Jonás, aquellos territorios de la vida íntima que las corporaciones aún no han conseguido anexionar. A medida que el estudio de León avanza, salen a la
luz aquellos errores personales que llevaron a Jonás a cambiar de vida, y también, las dudas, deseos y pequeñas contradicciones de un hombre que, de la mano de Casilda, empieza a involucrarse en una lucha colectiva sin renunciar del todo a esa ambivalencia que lo define. En todas las cooperativas que visito encuentro un rincón o una perspectiva que me recuerda a cuando he podido mirar un cuadro que me importaba. Avanzaba, retrocedía, hasta que, casi enseguida, llegaba a otra parte; ese punto donde los cuadros no se dejan conocer porque empiezan a producir a quienes los miran.
Escribo esto en un hotel que huele a cañería, a humedad, a sumidero. La habitación es amplia pero oscura, ¿cómo puede ser tan oscura si afuera todo es luz?
Un tiempo propio, situado en lugares donde la distancia es la exacta, el espacio no te empuja, los colores no piden perdón, y la huella del trabajo de quien plantó los árboles, hizo las vallas, quizá tuvo en cuenta las sombras y la luz, es ya, a su modo, eso que llamamos naturaleza.
Un tiempo propio, no me avergüenza quererlo. Me gustaría ser capaz de mezclarme con todas las cosas y las personas sin distancias, sin barreras, pero a la vez quiero y pido ese tiempo.
De hecho, si me preguntan por qué estoy metiéndome en la organización de Casilda hasta el cuello, diría que es por ese tiempo propio que pronto ha de ser de todos. Por ese tiempo propio de donde no te expulso, sino que me permite amarte»


León
Tras ser ascendido en la empresa tecnológica donde trabaja como analista, León ha conseguido la
libertad para elegir a quién vigilar para llevar a cabo su estudio. El Proyecto Recalcitrantes podría suponer acceder a zonas del comportamiento humano habitualmente menospreciadas, pero también, un nuevo ascenso para un profesional que se muestra tan meticuloso como ambicioso. Observar a Jonás y Casilda es, a su vez, una vía de escape de una vida personal en la que hay varias grietas, comenzando por el fracaso de su relación sentimental con Tiago y siguiendo por su soledad. Pero a medida que León
espía, y queda también bajo la lupa de Minerva, no son pocas las preguntas que se hace, ni las contradicciones que debe asumir, mientras el juego de espionaje sigue adelante y él quisiera pensarse menos vulnerable de lo que realmente es.
«No entiendo a Minerva. No entiendo a Tiago. El aire mueve los chopos situados al otro lado de la calle. No conozco mi vida. Cuando vivía en el centro de la ciudad intentaba retener el momento en que se enciende el alumbrado. Era como tener conciencia de otra noche más en este mundo.
Aquí, en la urbanización, atiendo al momento en que el sol ya se ha retirado y sin embargo algunos rayos alcanzan todavía las últimas hojas de los árboles.
Me enseñaron a cumplir con mis obligaciones. Después llegó esa etapa dulce en la que era yo quien decidía quedarse con unas obligaciones y descartar otras. No duró. Las obligaciones caen sobre ti.
Un amigo me dijo: “Si tras un conflicto contra la sinrazón se consigue algo, no hay alegría, no hay vida: ¡al revés! Se produce como un vacío, una especie de culpabilidad”.
Lo entendí. Quizá demasiado pronto. Lo veía en todas partes. Los únicos triunfos que nos alegran son los que se dan entre lo posible y lo mejor. Los otros, los que proceden de tratar con lo intratable,
lo impío, lo ruin, con el egoísmo o eso que ahora lo llaman lo autocentrado, no calman. Satisfacen, sí».

Minerva

Minerva ha dedicado su vida profesional a una gran tecnológica. Fue una directiva ejemplar y de renombre internacional, y ahora, a los cincuenta y cuatro años, continúa siendo una figura influyente en el sector. La productividad, la ambición y su astucia e inteligencia han sido las herramientas para salir adelante en un mundo competitivo donde tuvo que pelear por un lugar propio que, sin embargo, podría perder en cualquier momento. El juego de espionaje en el que está involucrada la lleva, como le ocurre
también a León, a cuestionarse algunas cosas: desde su afán de ser productiva hasta las implicaciones de su trabajo y la ética de la vigilancia en un tiempo donde ella misma se sabe espiada, una cobaya más para las tecnológicas. A la par que sigue a Casilda y Jonás, y con León oscila entre la competencia y la colaboración, su relación de pareja se desmorona, su hijo ya toma sus propias decisiones, y la fusión de empresas puede poner en jaque una larga carrera profesional cuyo sentido comienza a poner en duda.
«Creo que has acertado, León. Como tú, soy partidaria de las muestras pequeñas, estudiadas con rigor a fin de que los datos sean realmente significativos. Quizá tú lo hayas exagerado. Has ido a la muestra de uno. Bueno, de dos individuos. Ya veremos si el tal Jonás da juego. Sea lo que sea, la apuesta te honra.
Las diferencias individuales no son ruido, no es lo que sobra, como dicen. Al contrario: estudia la diferencia individual de un sujeto, su obstinación, la tonalidad de su voz y lo que hace, y podrás aproximarte a cualquier otro. Que a su vez será diferente, pero esa diferencia lo hará accesible. Nos relacionamos a través de aquello que siendo lo mismo, catarro, enamoramiento, temperatura corporal, sentido de lo inadmisible, es, a su manera, distinto»

La autora

Belén Gopegui (Madrid, 1963) publicó su primera novela, La escala de los mapas, en 1993, en la editorial Anagrama. Siguieron, entre otros títulos, Tocarnos la cara (1995), La conquista del aire (1998), Lo real (2001), El lado frío de la almohada (2004), El padre de Blancanieves (2007) y Deseo de ser punk (2009), todos ellos hoy accesibles en Debolsillo. En Random House ha publicado Acceso
no autorizado
(2011), El comité de la noche (2014), Quédate este día y esta noche conmigo (2017), el texto breve Ella pisó la Luna, ellas pisaron la Luna (2019), Existiríamos el mar (2021) y la edición conmemorativas del 25.º aniversario de La escala de los mapas. El volumen Rompiendo algo (Ediciones Universidad Diego Portales, 2014; Debolsillo, 2018) reúne una selección de sus artículos y ensayos. En 2023 publicó en Debate un singular tratado sobre la autoayuda como novela, El murmullo.

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